Descansar

Y entre rutinas y el deber, entre tareas y rapidez, un día, por circunstancias, tienes que sentarte en ese banco por el que sueles pasar de largo cada mañana, solo te sentaste para descansar un momento, hace buen tiempo y el sol es suave y decides que solo será un momento. No sacas el móvil porque lo tienes en el fondo de tu bolso lleno de cosas que utilizas por estar todo el día fuera de casa y prefieres no sacarlo. El no tenerlo te hace comenzar a contemplar a tu alrededor.

Giras a tu lado y observas como una calidad brisa está moviendo una planta de romero, es más alta que las demás, mucho más alta y está Inclinada seguramente por el viento de los días atrás. La planta que se mueve por la brisa llama la atención de un gatito que andaba por la zona, se acerca y con sus suaves patitas acaricia a la planta, juega con ella, salta para alcanzarla y ronronea contento. El gato, ajeno a los deberes del resto disfruta de una tranquilidad en el presente que tú ya habías olvidado, se queda observando a esa planta que solo tiene la obligación natural de ser sin más. Aparece otro gatito en ese instante, que le da una acaricia al otro que muestra que ya se conocen de antes, los dos juegan y tras un rato, se tumban al sol, a la brisa, al lado de la planta, de los árboles y descansan.

Y entre ese ensimismado momento, una efímera escena te enseña que tú también podrías parar, podrías respirar sin planificar, podrías decirte me gustaría en vez de debería, podrías hacer un hueco en esa apretada agenda para darte un momento de ser y no de hacer. La fascinante naturaleza nos recuerda la simpleza de vivir.

Ahora cuando terminamos de trabajar, aprovechamos el tiempo libre, no para recuperar energías, sino para seguir haciendo más cosas productivas, seguir metas y más metas. En sí, no se vería como algo negativo, hasta que nos preguntamos ¿Sabemos desconectar?, ¿vivimos adictos a la productividad?

 

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