Dicen que es un arte curtido el de saber escuchar. Una especie de entrenamiento mental en donde entran en juego el autocontrol del callar y el saber apartar el ego para que no superponga su opinión. Una reeducación en donde agudizar el oído, que tu mente se enfoque en procesar lo que escucha y no en creaciones de posibles respuestas preparadas para su expulsión en cuanto sea posible.
Quizás nuestro mayor error sea pensar que es algo que podemos cambiar enseguida, tras multitud de años sin ese aprendizaje entre nosotros.
Es algo que requiere esfuerzo, constancia y paciencia ¿Es por ello por lo que desistimos?, ¿Demasiado esfuerzo para simplemente poder escuchar al otro? Probablemente no nos percatamos de lo que perdemos al no hacerlo.
En ciertas circunstancias nos volvemos consciente de ello, cuando ciertas personas dejan de estar a nuestro lado, se van y ya no vuelven. Entonces añoramos no poder seguir escuchándolas, su voces, sus palabras, lo que pensaban de la vida. El sonido de una risa más de ellos se convierten en el anhelo nunca satisfecho. Aumenta nuestro gran interés por lo que fueron sus vidas y nos preguntamos por qué no pusimos más interés cuando pudimos, nos damos cuenta de lo que daríamos por una simple conversación más. Probablemente no les interrumpiríamos, como si lo que nos contasen fuese el secreto mayor guardado, atraparíamos como un tesoro el mayor tiempo posible sus palabras, porque sería la manera que tendríamos de llegar con mayor profundidad a su forma de ser.
Sin saber nunca cuándo será la última charla. Es cuando la conversación comienza a ser la motivación perfecta para deleitarte con el conocimiento ajeno.
Quizás eso es lo que realmente nos da escuchar, poder llegar al interior de a quienes vemos.
¿Cuánto perdemos realmente por no saber escuchar entre conversaciones?
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